By Olivia Muñoz-Rojas |
Como europea que votó en las elecciones al Parlamento Europeo, me decepcionó, como no podía ser de otro modo, el desprecio por los Spitzenkandidaten en el nombramiento de la nueva presidencia de la Comisión Europea. Numerosos editoriales en todo el continente han enfatizado el triunfo de las maniobras bilaterales de vieja escuela sobre cualquier intento de regeneración democrática de las instituciones europeas que habría supuesto la elección de uno de los cabezas de lista de los partidos. Nadie discute la complejidad de la situación tras las elecciones de mayo pasado, con una creciente fragmentación política y la tendencia de ciertos estados miembros a boicotear en lugar de facilitar acuerdos. Pero es legítimo preguntarse si hubo un esfuerzo genuino por parte de los principales gobiernos para presionar por un Spitzenkandidat hasta el final.
Sin embargo, como mujer, debo admitir que sentí una ligera satisfacción por la elección inesperada de dos mujeres para los cargos de Presidenta de la Comisión Europea y Presidenta del Banco Central Europeo. Aunque sólo sea en términos de estética e imaginario político es reconfortante ver que el liderazgo femenino se expande en la predominantemente masculina esfera de poder europea.
Ciertamete, tanto von der Leyen como Lagarde destilan un aura de conservadurismo. Pero, mientras Lagarde tiene una conocida carrera internacional a sus espaldas, es más difícil anticipar cuál será el legado de la nueva Presidenta de la Comisión, asumiendo que el Parlamento Europeo aprueba su candidatura – no olvidemos que, con todo, el Parlamento tiene la última palabra. Como suele ocurrir, hay apreciaciones mixtas de la personalidad y la carrera de von der Leyen. Algunos dibujan una imagen negativa, subrayando su perfil bajo y su posición débil en el gobierno alemán, resaltando, asimismo, las acusaciones de plagio en su tesis doctoral (que fueron, sin embargo, despejadas) a esta imagen poco halagadora. Otros destacan su difícilmente discutible aguante en tanto profesional y madre de siete hijos, subrayando su defensa de las mujeres trabajadoras, la igualdad salarial y el matrimonio entre personas del mismo sexo (incluso en contra de su propio partido). También ha demostrado ser sensible a la cuestión de los refugiados (llegó a alojar en casa a un joven solicitante de asilo). Y, aparentemente, ha expresado simpatía por la idea de una Europa federal.
Para aquellos que anhelaban un cambio progresista en las instituciones europeas con el que insuflar un nuevo aire en el proyecto europeo, los nuevos nombramientos –incluido el del septuagenario socialista Josep Borrell como Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad– pero, especialmente, el modo en que fueron elegidos; resulta desalentador e indicativo de que nos espera más de lo mismo (inercia política, déficit democrático …) en los próximos años. Es más, el crecimiento de los partidos verdes en el Parlamento Europeo, reflejo de una creciente preocupación entre los ciudadanos europeos por las consecuencias del cambio climático, apenas está siendo tenido en cuenta en la asignación de los diferentes puestos en liza.
Dicho esto, quizá resulta más constructivo aceptar que, desafortunadamente, esto es lo mejor que podemos esperar de la actual UE y darles una oportunidad a los nuevos representantes. Los desafíos a los que se enfrentan, empezando por el cambio climático, son enormes, y cuanto antes se pongan a trabajar, mejor. Mientras tanto, como ciudadanos, tenemos el deber de permanecer vigilantes y aprovechar cada oportunidad para exigir responsabilidades a las instituciones comunitarias por sus acciones a la par que trabajamos desde abajo por una verdadera transformación democrática de Europa. Parece evidente, una vez más, que ésta no vendrá desde arriba.
Olivia Muñoz-Rojas
Olivia Muñoz-Rojas es investigadora y escritora independiente, residente en París. Doctora en Sociología por la London School of Economics, publica regularmente en El País, El Huffington Post, Clarín y otros medios.